Arianna Bonato

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Otras formas de maternar #2
De Italia, viviendo en España

¿Cuál es tu percepción de la maternidad?
Para mí la maternidad es un servicio, donde doy mi tiempo, mi cuerpo, mi dinero, mi espacio, mi juventud y mi creatividad, al servicio del crecimiento y desarrollo de otro ser humano que, en general, tiene mi mismo origen genético y biológico. Es también una gran oportunidad de crecimiento y descubrimiento de nuestra capacidad de amar.

¿Se puede maternar sin haber parido?
Bajo esta óptica sí. La función materna va más allá de una madre abrazando a su bebé. Maternar es una de las funciones que poseen especialmente las mujeres, pero también los hombres. Tiene que ver con el cuidar, con el hacerte sentir seguro y querido. Que tienes un valor porque, en el momento en el que te hago sentir que eres un bien para mí, tú sientes tu valor propio. Esto se traspasa a todo ser humano. Aunque es verdad que maternar a un niño pequeño conlleva una responsabilidad mucho más grande y tiene un poder superior al de maternar a un adulto.

¿Qué te llevó a ser ginecóloga?
Me lo pregunto cada día. La clásica respuesta es que mi abuela parió en casa a ocho hijos. Cuando ella hablaba de partos, lo contaba como con esa cosa luminosa de la magia. A través de ella recibí esa magia del inicio de la vida. A mí siempre me han encantado las mujeres embarazadas por el misterio que llevan dentro, un bebé que se construye. De niña ya mayor, mi mamá tuvo dos abortos. Me acuerdo de mi alegría cuando me anunciaba que iba a tener un hermano, y de la tristeza que sentía cuando volvía del hospital. Entré en contacto con el inicio de la vida y su fin inmediato. Ella decía que era cosa de la naturaleza, no entraba mucho en la emoción. Yo era quien sentía tristeza. Dormía mucho con ella porque mi papá es músico y trabajaba de noche, pasábamos las primeras horas de la noche juntas en la cama. En esta intimidad, ella me leía libros sobre cómo nacen los bebés, su concepción, etc. Me acuerdo perfectamente, yo tenía seis años, cuando ella me explicó cómo se hacían los bebés. Fue una revelación. Recuerdo que, cuando ella estaba embarazada de mi hermano, yo tenía 12 años, le ponía la mano en la panza y sentía que se movía. He crecido en la familia de mis abuelos maternos, donde había muchas mujeres. La regla era algo muy normal. Estuve rodeada de mucha energía femenina. Para mí ser ginecóloga representaba estar en un territorio conocido, donde me encontraba cómoda. Ya tenía idea de muchas cosas, que después tuve que reformular en parte.

¿Cambiaste muchas de las ideas que habías asimilado de manera natural? ¿Te chocaron algunos de los conceptos?
No, no me chocaron. Yo sentía que añadían nociones más científicas y médicas sobre lo que ya sabía. Nunca percibí un contraste. En realidad, hasta ahora siento que no hay contraste entre lo que he aprendido y la manera que tengo de comprender a las mujeres y su salud. La medicina habla solo de un aspecto. No siento que vaya en contra de nada. Simplemente es parcial, le falta toda una parte que otras disciplinas pueden complementar. No me refiero solamente a medicinas alternativas, sino al arte, la poesía, la espiritualidad, la filosofía,… Esas que no pueden ser demostradas bajo el método científico, reductivo y limitado. Esto es algo que en las universidades no te enseñan, pero la escuela de la vida sí.

Afirmas que es importante saber elegir a tu ginecólogo. ¿Por qué?
Porque me parece un personaje fundamental dentro de tu construcción como mujer. Al principio, muchas veces, el primer ginecólogo es el de la madre, la cual cosa está muy bien. Pero también es importante, en algún momento, decidir no seguir con él porque tú misma escoges a la persona que tiene que cuidar de tu salud. En la interacción con él se refleja el tipo de mujer que eres o que quieres ser. Cuando las mujeres vienen quejándose de que el ginecólogo no responde a sus necesidades, más allá del sentimiento de indignación o humillación que puedan sentir, es una oportunidad para que puedan por fin encontrar una persona más coherente con el tipo de mujer que están construyendo.

Teniendo en cuenta que durante siglos hemos vivido sin el nivel de medicina actual y que las mujeres han parido desde siempre, ¿qué rol crees que tienen o deberían tener los ginecólogos en el sistema actual?
Es algo muy cultural. Por un lado, aquí en Barcelona hay mucha medicina privada, porque el Estado Español a partir de finales de los 70 externalizó muchísimo. En la sanidad privada se construye la idea de que tu ginecólogo es quien te tiene que acompañar. Es una relación más personal, que yo también ofrezco a mis pacientes. El ginecólogo representa, en este sentido, una figura que te ofrece una gran seguridad, como un papá o una mamá. En la pública, por como está planteada, es imposible imaginar una relación de continuidad y confianza de este tipo. Por otro lado, si miramos la historia de los partos, te diría que, ya antes de que naciera el sistema público, las mujeres con dinero parían con ginecólogo en casa y las mujeres con menos dinero, con las comadronas. Las pobres de solemnidad parían en la Maternidad Provincial de Barcelona. Las mujeres que parían en casa con ginecólogos tenían más fiebres puerperales porque el ginecólogo, al ser médico, venía de ejercer y quizás no se había lavado las manos bien, ya que entonces todavía no se conocía la asepsia. Las mujeres que parían con las comadronas tenían menos fiebres o secuelas postparto. Mirando la historia, las comadronas de toda la vida transmitían su conocimiento de mujer a mujer. Paralelamente nace la ciencia y la medicina, que trae otro tipo de información, se ocupan de formar a comadronas y de crear escuelas, cursos en la universidad. Esto es lo que ahora está sucediendo en México o Colombia con las parteras empíricas. Hay que tener en cuenta también que antes había mucha mortalidad materno-infantil, debido a malnutrición, malas condiciones higiénicas, etc. La obstetricia ha traído mucha información sobre partos patológicos y prevención o previsión de enfermedades en el embarazo. El problema es que aplicamos técnicas creadas para atender la patología a la fisiología. Esto, de por sí, crea nuevas patologías.

Hablando de comadronas, ¿qué opinas sobre el cierre de la casa de partos del Hospital de Martorell, primera casa de partos pública de Catalunya creada hace a penas 5 años?
Lo he visto, he entendido que todas han dimitido, pero no he leído exactamente cuáles han sido sus motivaciones. Me puedo imaginar que poner una estructura cuyo funcionamiento es tan distinto del funcionamiento general, hace que sea muy difícil que siga adelante. Un sociólogo lo podría explicar muy bien. Es una situación que ha ocurrido un montón de veces en la humanidad, en otros contextos. Antes de poner muebles, piscinas, cuerdas, camas cómodas en una sala de parto, hay que amueblar la cabeza de quien rodea el proceso: comadronas, médicos, auxiliares de enfermería, enfermeras, limpiadoras, dirección médica. Además, más allá de la idea que rodea el acompañamiento al parto, la energía que te pide acompañar de esta manera requiere de una organización muy distinta. Hace falta mucha energía para estar one-to-one al lado de la mujer. La epidural hace descansar tanto a la mujer como a la comadrona. Un parto natural es intensidad, es un momento de vida concentrada. Tienes que poder recuperarte y descansar. El sistema no está pensado para este tipo de dinámicas.

¿Crees que al sistema le interesan este tipo de dinámicas?
Al sistema le tienen que interesar sí o sí, porque es lo que piden las mujeres. No hay vuelta atrás. Pero pretendemos un cambio rápido, cuando uno de este tipo es lento. Es un cambio de paradigma, no se trata solamente de formar a comadronas. Es un cambio de sociedad. Estamos hablando del nacimiento, de cómo nacemos los seres humanos. Es la construcción de algo fundamental y existencial.

Hablas de nueva medicina para las mujeres. ¿En qué consiste?
Quizás suene un poco ambicioso. Digamos que es una nueva medicina para mí, una nueva manera en la que yo percibo mi trabajo. A lo mejor hay muchos otros profesionales que lo conciben de ese modo, donde el alma o la parte más emocional y más escondida que no puede expresarse a través de la palabra —porque aún no es comprendido ni formulado para ser integrado— se manifiesta en el cuerpo. Haber estudiado homeopatía me ha ayudado a cambiar profundamente el paradigma. A mí me habían enseñado a tratar el cuerpo como una máquina. Los primeros tres años de medicina están llenos de materias muy científicas, como biología molecular, genética, bioquímica, etc. Hay una insistencia en desestructurar la idea del ser humano como persona entera para verlo como un conjunto de partículas, de células, de órganos por separado. La especialización de la medicina nos ha hecho especialistas, pero perdemos la totalidad del paciente. Lo que yo he entendido es que esa mirada que nos hace pedazos nos hace sentir más vulnerables. La homeopatía es distinta porque ve el conjunto, te ve entero, y desde esta mirada te devuelve tu status de persona. La manera en la que como médico miro al paciente es fundamental. No se trata solo de ser amables, dar la bienvenida, pedir permiso para tocar, es más profundo. La haptonomía me ha enseñado mucho sobre la relación médico-paciente y los efectos de nuestro presencia sobre él.

¿Desde que empezaste a ejercer hasta ahora, crees que el perfil de mujeres que visitas ha cambiado?
Es difícil decirlo. Empecé en Italia, en un hospital público, donde venían todo tipo de mujeres. La clínica privada allí casi solo existe en el sur del país y, en general, si hay necesidad de intervención, las mujeres van al hospital público. Sí que veía muchas inmigrantes, prostitutas africanas y mujeres de clase baja o media. Cuando llegué a Barcelona, en el Hospital de la Vall d’Hebrón, veía todo tipo de mujeres porque, siendo un hospital de tercer nivel, atiende patología severa que muchas privadas no pueden asumir. En Urgencias encontraba sobre todo gente de la calle. Luego poco a poco me metí en la medicina privada —que no de mutua— cuyos costes pueden alcanzar mujeres con más recursos económicos y que eligen gastar su dinero en una medicina muy específica. Eso ya supone automáticamente un filtro. Se trata sobre todo de mujeres que han estudiado y eligen cuidar de su salud de una manera coherente con quienes son. Usan su dinero para esto. No sé si ha cambiado el perfil o yo. ¿Y han cambiado las mujeres? Te diría que cosas que antes eran propias de un perfil más hippie, de izquierdas o alternativo, ahora las están pidiendo mujeres de otros tipos sociales y culturales. Buscan una medicina que no solo las vea como un conjunto de órganos, quieren ser vistas como personas, más allá de su ideología o clase social. Quieren que su emociones se tomen en cuenta, ser tocadas con respeto, compartir la información con su médico y tomar decisiones propias sobre su salud.

¿Crees que este cambio que piden las mujeres tiene algo que ver con el concepto de empoderamiento femenino?
La verdad es que no me gusta la palabra “empoderamiento”. En su lugar hablaría del proceso que nos hace redescubrir el valor que tenemos dentro de nosotras y que aún no conocíamos. No tiene a que ver con el poder, la palabra poder se casa más con el ego que con el alma. Tiene que ver con desmontar una estructura personal y social que ha hecho que no pudiéramos estar en contacto con nuestro valor propio. Por ejemplo, si lo aplicamos a los partos, cuando las mujeres víctimas de violencia obstétrica dicen que “les han robado el parto”, creo que se refieren a que han sido privadas del contacto con su fuerza interior, la fuerza de la vida que está dentro de ellas por ser mujeres. Esta fuerza los hombres la tienen en los testículos, nosotras en los ovarios y en la matriz, y de ahí se extiende a todas parte. El contacto con ella nos devuelve mucha más fuerza, nos confirma como personas. “Wow, he parido!”, no tiene que ver con un poder, sino que hemos nacido con esa fuerza interior y la hemos puesto a servicio de nuestra vida. Sin embargo, después de tantos años observando a las mujeres occidentales, no creo que todas ellas puedan soportar tanta fuerza. Puede que sea una cuestión cultural. No sé cómo sería en la era del Matriarcado o simplemente en la época de mi abuela. La realidad es que hoy en día muchas mujeres necesitan —o creen necesitar— de muletas como “te pongo anestesia”, “te hago empujar”, “te hago maniobra de Hamilton”, “te corto”. Traducido sería “lo hago por ti”. En muchos casos, se vive a posteriori como una violencia. Una cosa es cierta, a la vez que nace el niño, la mujer hace nacer esa fuerza. Si nos empoderamos desde lo racional, desde los valores y la reivindicación, es posible que nos frustremos mucho. Yo amo el conocimiento intelectual, pero admito que lo que nos lleva a contactar con esa fuerza no es de naturaleza racional. Es algo que surge de dentro hacia fuera, más que de fuera hacia dentro.

¿Crees que las mujeres somos conscientes de nuestro cuerpo?
Eso es algo que depende de las mujeres. ¿Que podemos estar mucho más conectadas? Totalmente. ¿De qué manera? Ah, eso ya es más difícil de decir. Hay muchas maneras, pero cada una tiene su trampa. Creo que estoy conectando y no es así. Se trata de una investigación muy personal. Hay que probar muchas cosas y poco a poco dejar que la experiencia —desde dentro otra vez— haga nacer un sentimiento en el cuerpo. En Haptonomía hablamos de la diferencia entre la “corporeidad” y la “corporalidad”. La corporeidad es sentir que tengo un cuerpo que funciona: respira, late,… estoy viva. La corporalidad es cuando tu cuerpo está habitado por ti y el sentimiento del yo lo tienes en todo tu cuerpo. Cuando siento que soy yo en todo mi ser, en mis pechos, en mi vulva, entonces estoy viviéndome. No tengo un cuerpo, yo soy mi cuerpo. ¿De dónde viene este sentimiento? Primero de todo lo transmite la madre, ya que nos construimos dentro de ella. Saber sobre cómo estamos construidos ayuda. La búsqueda de las herramientas de conocimiento requiere de curiosidad y creatividad que va viniendo con el tiempo.

¿Cuán importante es saber escuchar a la mujer en tu trabajo?
El 80%, ni que a mí me gusta hablar mucho también. Soy muy curiosa y me gusta comprender a la paciente que tengo en frente. Es importante escuchar porque, en el momento en el que acoges la palabra de la mujer, ella construye su explicación propia. Contar y escuchar forman una unidad. Cuanto mejor se escucha, mejor se podrá relatar. Cuando hablamos, podemos encontrar sentido a lo que estamos diciendo. Además, yo hago algo del siglo pasado, escribo a mano lo que las pacientes me cuentan durante las visitas. Para ellas, esto tiene un valor muy grande. Transcribir lo que dice la mujer a mí me sirve para comprenderla y llegar a un diagnóstico. Para ella, que su palabra sea recogida y transcrita, tiene una fuerza curativa, porque ésta cobra valor. Comprendiendo, curando, ordenando, reponiendo las cosas en su lugar.

Has hablado del acompañamiento haptonómico, ¿podrías contarnos más?
Este acompañamiento se dirige a las parejas en búsqueda de un embarazo y sobre todo a las que ya están embarazadas. Aunque la Haptonomía es un abordaje a la relación humana dentro de la profesión sanitaria que alcanza toda la vida —desde el nacimiento hasta la muerte— como ginecóloga, la aplico para acompañar a mis pacientes en la etapa perinatal. La Haptonomía es la ciencia de la afectividad, donde lo “Afectivo” es todo un conjunto de emociones, sentimientos, pensamientos, memorias, que fundan el sentimiento del yo de la persona. El yo, como decía Jung, se construye primero desde la emoción, el sentimiento y la sensación. Desde la panza vamos construyendo una memoria profunda sobre la cual después construiremos nuestro sentimiento de ser, de existir en el mundo. El elemento fundamental de la Haptonomía es el tacto, uno de los primeros sentidos junto al olfato. El niño está ya tocado dentro de la madre por el útero, que define los bordes. Su mundo es la matriz. Sobre el tacto construimos una serie de memorias que con el acompañamiento haptonómico voluntariamente vamos a crear. Enseño a los papás a tocar de una cierta manera a la mujer, para que el tacto sea lo que llamamos psico-táctil-afectivo-confirmante. Un tacto que pueda devolver a la mujer un sentimiento de ser sostenida, envuelta, querida en su totalidad. Se habla de la integridad del cuerpo y se trabaja el sentimiento de la base. En términos anatómicos, la base es la pelvis con sus órganos. En términos de la geografía afectiva, sería el lugar donde está el sentimiento de seguridad. Se trabaja mucho la verticalidad, hacer sentir el sentimiento de verticalidad incluso cuando están estirados. Todo lo aprendido durante el embarazo se pone al servicio del parto, donde la mujer no empuja, si no que guía al bebe hacia la salida y se abre. El bebé es un sujeto y sabe cómo nacerse. Él sigue su instinto, si no está drogado, claro. En una mujer sana el útero funciona, se contrae, por lo que lo único que puede hacer es abrirse y guiar por dentro al bebé, crear como un tobogán de amor por donde pueda pasar. La presencia del compañero y su habilidad para ayudarla con el tacto a guiar al bebé y hacerle sentir que hay alguien allí fuera que lo está esperando, está en el centro del acompañamiento en el parto. La Haptonomía post-natal sigue hasta que el bebé se pone de pie. Hay sesiones posparto para la recuperación de la mamá, otras donde se aprende al sostener el bebé haciéndole sentir su propia base. Lo que estoy descubriendo es que, para muchas cuestiones que hacen compleja la sexualidad de las mujeres, la Haptonomía es genial. Podría acompañar a más mujeres a reencontrar una sexualidad más plena y presente. Cuando una mujer habita su cuerpo, habita su base, puede empezar realmente a abrirse al encuentro desde un lugar más consciente e impregnado de lo que ella es.

¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo?
Me encanta escuchar a las mujeres. Es como si poco a poco en mi mente estuviera construyendo un gran collage de qué es el Femenino. Clarissa Pinkola Estés, autora de Mujeres que corren con los lobos, dice que el arquetipo de la "Mujer Salvaje", que sería este femenino profundo que compartimos todas, está en la sombra, ha sido rechazado por el sistema, pero que cada una guarda un fragmento. Esa mujer arquetípica se reconstruye entre todas. Tengo el privilegio de ver cómo las mujeres pueden traspasar el sufrimiento y entrar en contacto con este aspecto salvaje, original, esencial. Creo que una de mis habilidades es sacarlas del lugar del auto-castigo, de la culpa y la vergüenza, y mostrarles su aspecto más luminoso. En realidad, en cualquier cuestión ginecológica siempre hay un tema relacionado con el amor. El amor de madre o a un hombre o a un padre o hacia los hijos, siempre se trata de amor. Distorsionado, desordenado, anudado, que se manifiesta en forma de síntoma. Ayudarlas a desanudarlo, al menos un poquito, es lo que más me fascina de mi trabajo.

En estos años que llevas ejerciendo, ¿ha habido o hay algo de tu profesión que sientes que te perturba?
Al inicio de mi carrera me perturbaba el tema del cáncer. Es una enfermedad que te conecta con la muerte y tiene matices muy oscuros. Cuando empecé en Marenostrum veía a otra doctora tratando pacientes oncológicos con tanta luz y yo pensaba “¿Cómo puede?”. Poco a poco me han llegado pacientes con cáncer y ahora siento que soy capaz de ver esa luz. Creo que hace falta una maduración muy grande para poder acompañar personas con enfermedades de este tipo. Ahora empiezo a sentir que tengo una profundidad y un agarre a mis raíces internas suficiente para poder acompañarla. Otro tema muy actual que me cuestiona mucho es el del género. Empiezo a recibir jovencitas que quieren tomar hormonas masculinas y es algo que quiero estudiar. No se trata solo de conocer el efecto de las hormonas, sino que me interesa lo que hay detrás. Tengo muchas ganas de comprenderlo. Otro tema es que yo no he tenido hijos. Hay un momento crucial cuando la mujer en pleno parto sufriendo, me pregunta “¿Tú has tenido hijos?” y tengo que decir que no. Yo sé que ella está buscando la confirmación de “si ella puede, yo puedo”. ¿Cómo voy a poder transmitirle que puede aunque no he tenido hijos? Su fuerza no tiene nada que ver con que yo haya tenido hijos o no. Esa necesidad de reflejarse en mí no se la puedo devolver. Conozco comadronas para las que no ser madre representa un problema. No se sienten a la altura de compañeras que sí han tenido hijos. Es muy reciente que mujeres profesionales se describan como “arquitecta, madre de tres hijos y…”. Es como si convertirte en madre diera un plus a tu profesionalidad. Podemos estar de acuerdo o no, es algo nuevo. Pero yo no lo tengo tan claro.

¿Puedo preguntarte por qué no tienes hijos?
No ha sido por falta de deseo. Como te decía vengo de una familia muy grande. Soy la primera de veinte primos. Ya de pequeña ejercía funciones maternales, hice de canguro a muchos primos y tuve hermanos cuando era preadolescente. Me junté con un hombre que desde el principio me dijo que tenía muy poca fertilidad. En ese momento, me interesaba más la experiencia de vivir con él y de aprender qué era estar en pareja con una persona mayor que yo. Paralelamente, me estaba formando en el Hospital de la Vall d’Hebrón en medicina fetal. En ese momento, mi deseo iba en esa dirección. También es verdad que una vocecita interior decía “si no lo consigues de forma natural, lo conseguirás con ayuda”. Con 32 años quité cualquier tipo de protección, pero no me quedaba embarazada. A los 37 empecé con acupuntura, hice trabajo psicológico, 3 años de análisis Reichiano, Constelaciones Familiares,… Necesité aclarar mi deseo, saber si era lo que quería realmente o no. Muchas veces el deseo de maternidad está construido, no es auténtico. Cuando vi que no pasaba nada, pasamos a reproducción asistida. Recuerdo una amiga que me dijo “sobre todo que te pongan poca dosis, porque tus ovarios van a explotar, las mujeres de tu familia son muy fértiles”. Y no, mis ovarios no respondían. Allí me di cuenta de que toda esta construcción mental de fertilidad familiar que pensaba que había heredado no era verdadera. Hice dos intentos. Mi ginecólogo, un amigo muy querido, dijo que llegados a este punto tenía que ofrecerme la opción de una donación de óvulos de otra mujer. Yo dije que ni hablar, porque no podía soportar la idea de crear un ser humano que no pudiese conocer su origen genético, su madre genética. En España está extremadamente protegido el anonimato del donante. A mí no me interesaba tener un hijo que genéticamente no fuera mío. Me preocupaba mucho el momento de tener que decirle primero que no venía de mi semilla y segundo que no podía conocer a su progenitora. Me preocupaba también mucho el efecto de las hormonas en mi cuerpo. El ginecólogo me propuso entonces probar una tercera vez. Le pregunté si me podía garantizar que no desarrollaría un cáncer de mama y no pudo. Fue el sentido de protección de mi cuerpo y también de proteger a ese ser que solo estaba en mi fantasía, y que, sin embargo, ya había adquirido el status de hijo de alguna manera, con esa responsabilidad de la cual hablaba. La adopción es distinta, porque alguien lo abandona y no eres tú quien crea un ser humano que nunca conocerá sus orígenes. Sin querer, casi metidos en un túnel, estuvimos un tiempo en adopción. Nunca fui de esas personas que sueñan con adoptar. Fue otro momento de gran aprendizaje, porque primero hay que hacer mucho trabajo de pareja. Fue interesante conocer más a mi marido —en este momento ex-marido— a través de entrevistas psicológicas. Ver cómo me vinculaba con él desde un lugar muy maternal, protector y cuidador. Yo quería adoptar dos hermanos, que se tuviesen el uno con el otro, para que reconocieran su raíz común el uno en el otro. Si no tenían un lazo con sus padres, que lo pudieran tener entre ellos. Durante el proceso, nos mudamos de casa y empecé a padecer síntomas respiratorios. Casa Niña viene de mi deseo de tener a los niños y poder trabajar a la vez, una casa-consulta. Cuando me mudé aquí, por la noche empecé a sentir que no podía respirar. Al principio creía que eran las corrientes de agua y vino una amiga con un péndulo, miró y movimos la cama. Entonces me empecé a despertar de madrugada, con angustias. Ya tenía 42 años. Miraba a a las madres alrededor y me parecían muy jovenes. Recuerdo que fui a un curso de lactancia y las madres participantes tenían una media de 30-35 años. Sentí que ya había pasado mi momento y llegué a la conclusión de que yo ya no quería eso que estaba viviendo, yo quería era otra cosa. Entonces escribimos una carta renunciando. Fue doloroso, pero a la vez una liberación. Un sentimiento físico, sentí espacio para crecer. Volví a respirar bien y a dormir. Fue el inicio de una nueva etapa.

¿Te costó reconocer que ya no querías tener hijos?
Me costó un montón. Los síntomas físicos que tenía eran claramente porque no quería reconocerlo. Además adoptar a un niño no es tener un hijo tuyo, esto me los explicaron las profesionales que nos acompañaron durante el proceso. Son criaturas que proceden normalmente de una historia muy dolorosa. Adoptar a uno de estos niños es una misión maravillosa y admirable, pero no era lo que yo quería en mi vida. Renunciar a ello me dio un espacio enorme para un montón de cosas creativas e interesantes, que también tienen que ver con la maternidad, pero que se concretizan de otra manera. Fue el final de una lucha. Nunca me obsesioné.

¿A las mujeres nos cuesta aceptar a veces la realidad?
Esta realidad sí. Hay mujeres que no pueden soportar la realidad de no poder ser madres. Es imposible para ellas. O aceptar que no pueden tener un segundo o tercero. Cada día veo cosas así.

¿Pertenece eso a la esencia de la mujer o es la sociedad que nos ha programado para tener este rol?
Hay algo de esencia y algo de cultural. El ser madre tiene que ver con un destino que está escrito en nuestra biología y en nuestra psique. A causa de los cambios sociales no podemos llevarlo a cabo siguiendo las pautas naturales. Si la razón principal por la que una mujer accede a reproducción asistida es la edad avanzada es porque empezamos a buscar el primer hijo demasiado tarde, prácticamente al final de nuestra etapa reproductiva. La construcción de lo que es una mujer en los últimos 40 años ha dejado de lado este deseo para que podamos realizar otros. De repente, cuando el reloj biológico llega a su fin, el deseo materno se presenta con todo su peso y fantasmas. Entonces pensamos que, si no somos madres, no seremos mujeres completas, nunca llegaremos a ser felices o nos perderemos algo fundamental en la vida. Casi todo es cultura en el ser humano, prácticamente no queda nada de natural. La cultura aplasta, distorsiona y empobrece el instinto, en favor de otras ventajas evolutivas. Muchos deseos quedan relegados en una zona oscura y escondida durante mucho tiempo, hasta que se manifiestan de manera tan poderosa que ocupan todo el espacio y se convierten en obsesión. Hay mucho sufrimiento. La sociedad es ambivalente en relación al valor de la maternidad. Que aún sea un problema dar la teta en público lo demuestra. Es muy contradictorio y a veces perverso.

En tu blog hablas del concepto madre plena versus madre perfecta. Cuéntanos un poco más.
Jung habla de perfeccionismo versus plenitud. La perfección es de los dioses. Es la estatua perfecta, luminosa, siempre igual a si misma, que no se mueve. La plenitud reúne los aspectos más luminosos y más oscuros. La madre plena es la que ama a su hijo y moriría por él, y que a la vez lo quiere tirar por la ventana cuando no lo soporta. Es la madre a la que dar la teta le encanta y que se siente abusada en su cuerpo porque el niño le agarra. Es la madre que en el parto puede tener un orgasmo. O sea, donde lo maternal, que sería lo más asexual, se junta con el femenino sexual. La madre cuyo hijo le chupa la teta y siente placer en su matriz. Con todo lo que surge ambivalente de estas sensaciones. Ella es la madre plena. Para poder integrar esto hay que luchar en contra de muchos demonios, cultura, tabúes, la vergüenza, la baja autoestima,… Ser madre hoy en día es más duro que antes. A medida que crece la conciencia, la vida se hace más complicada. Admiro mucho a las mujeres que vienen porque quieren tomar su vida en sus manos, no estoy esperando a que tú me soluciones, yo lo hago. Esto implica ver todas las telarañas, contactar con lo que huele mal. Aceptarlo y, si es posible, integrarlo. Decir “yo soy esto también”. Me produce una admiración enorme.

Nos has contado de dónde viene Casa Niña, ¿Qué sucede en ella?
Casa Niña nace con esa idea de trabajar y ser madre. La semilla creativa que planté se trasformó en un espacio para la salud de las mujeres en un sentido amplio. Los grupos de mujeres son parte de esta nueva medicina. El eje teórico del trabajo con ellas es el libro Mujeres que corren con los lobos. En los grupos es posible conocerse a través del intercambio y del reflejo de la una sobre la otra. Conocemos aspectos distintos del Femenino, recuperamos el cuerpo a través de la danza, el estiramiento, la música y el arte. Recuperamos la espiritualidad a través de la meditación, el rezo, el altar. Son momentos distintos de la dinámica de grupo que me parecen educativos, curativos y crean un sentimiento de pertenencia. Compartimos las mismas fuerzas y una parte del mismo sufrimiento por el hecho de ser mujeres. El desafío es poder mirarnos hacia dentro y ver qué recursos tenemos para sostenernos, transformarnos, florecer. Casa Niña también es un lugar de colaboración con otros profesionales que puedan abordar la salud de la mujer. Eliana D’Alessandro es psicóloga-sexóloga y pronto analista Junguiana. Francisca García es fisioterapeuta de suelos pélvico con 25 años de experiencia. Steph Derit es neurópata experta en salud femenina. ¡Y hay un hombre! Sami Letellier, profesor del maravilloso Método Feldenkrais.

¿Podrías contarnos por qué te gusta tanto Clarissa Pinkola Estes?
Es una gran maestra. Empezó a escribir el libro en el año en el que nací, 1971, y tardó veinte años en terminarlo. Es esa fusión entre lo salvaje y lo intelectual. Resueno mucho con eso. Ella trae un sincretismo entre estos dos aspectos que somos las mujeres de hoy en día. Podemos mirar y admirar a las mujeres de tribus tradicionales en Suramérica o África, pero ya no somos como ellas. Aun así podemos tomar algo de ellas, reflejarnos en ellas y recuperar aspectos innatos, instintivos que están enterrados debajo de muchas capas. Clarissa Pinkola habla de hacer excavaciones psico-arqueológicas en el alma femenina para recuperar lo que está en los huesos. Hemos pasado por un filtro que nos ha intelectualizado mucho. Hay que aprender a hacer bailar un lado con el otro: lo intelectual y lo instintivo. Este es el secreto de una vida plena. A través de sus cuentos, del jugar, podemos aprender cosas que a través de libros más racionales o conductistas va a ser difícil, porque entonces construimos un discurso rígido. El conocimiento que se transmite a través de símbolos es mucho más flexible, dinámico, adaptable a la vida porqué cambiante, como ella. Puedes leer el mismo libro en etapas distintas de tu vida y te dirá cosas completamente diferentes.

Para terminar, ¿hay algo más que te gustaría añadir?
Sí, respecto al tema de no tener hijos, me gustaría añadir que yo creo que en una vida no se puede vivir todo. No haber tenido hijos me ha dado la posibilidad de vivir experiencias que no habría podido vivir si hubiera tenido hijos. Pasar por la experiencia de ser madre te da una oportunidad de desarrollo y crecimiento personal enorme e irrepetible. No hay ninguna otra experiencia que pueda compararse a esa. Pero hay otras experiencias vitales que una madre no podrá experimentar por falta de tiempo o espacio, o simplemente porque al tener un hijo se sentirá más atada o prudente. Yo creo que el valor de una mujer no tiene nada que ver con ser madre o no serlo. La riqueza de una vida no tiene que ver con tener hijos o no tenerlos. La fuerza creativa, que nace de esta energía materna que todas albergamos, si en un animal se expresa pariendo y criando cachorros, en una humana se puede manifestar de maneras multifacéticas. Realmente podemos ser madres de nuestras creaciones y de las personas que nos rodean. No se trata de castrar esa fuerza, sino de ponerla al servicio de la vida.

— Photos: Silvia Conde, MUA: Mónica Marmo